viernes, 21 de marzo de 2008

MUJERES Y DIVERSIDAD SEXUAL: NUEVA IDENTIDAD

Autora: Gloria Careaga Pérez.
Secretaria Académica del Programa de Estudio de Género. México D.F.
Tomado de: Sexología y Sociedad, Año 9 No.22, Septiembre de 2003.

Aproximarnos a la diversidad sexual necesariamente nos hace revisar el concepto que sobre la sexualidad tenemos; dejar claro que concebimos la sexualidad como un producto social que se refiere a los aspectos eróticos – amorosos de nuestras vivencias, mucho más allá de la genitalidad.

El interés por develar la diversidad sexual que existe en una sociedad se ha manifestado claramente a partir del desarrollo de algunas teorías psicológicas, de algunas corrientes de la sexología y en dos movimientos sociales: el feminista y el lésbico-gay.

Aunque su mayor reconocimiento se ha dado a través de la lucha social, dichos movimientos no han sido ajenos al desarrollo del conocimiento y recientemente han ocupado áreas de estudios importantes en las instituciones de investigación y de educación superior.

Una de las principales aportaciones al reconocimiento de una sexualidad múltiple se le adjudica al polémico Freud (05), quien –si bien mantuvo una posición que podría considerarse ambivalente- sembró la semilla de la visión moderna sobre la variedad sexual infinita.
Señaló que la sexualidad tiene claras manifestaciones durante las diferentes etapas de la vida y que éstas son polimorfas. Si bien Freud denominó a algunos comportamientos sexuales como “perversos”, su connotación no era la misma que actualmente le asignamos a este término (Weeks, 1998).
Buscando transformar las opiniones convencionales en torno a lo que constituía el sexo, él les llamó así desde esa analogía que, hasta el siglo XVI, identificaba a la perversión como diversidad, expresada claramente a denominar el infante como un perverso polimorfo.
Si bien la sexología se ha orientado de manera importante a estudiar la respuesta sexual humana, principalmente desde una óptica biológica (Master y Jonhson, Ellis…), otros sexólogos -como Kinsey- han ampliado notablemente su perspectiva y actualmente resultan pioneros en el estudio de la sexualidad de una manera amplia; así la sexología contemporánea ha incorporado otra dimensión para su análisis, que es la social; ésta nos permite ver la influencia de la historia y de la cultura en la definición de las prácticas.
Desde esta óptica disciplinaria, no podemos dejar de lado la aportación de la ética a la reflexión sobre las manifestaciones diversas, que ha permitido llevar la discusión de la sexualidad humana más allá de lo moral, para poderla enmarcar en los derechos de las personas, desde el respeto y la libertad. Y es precisamente este marco desde donde la perspectiva feminista y los estudios lésbico- gays han impulsado su análisis.
El feminismo contemporáneo identificó a las prácticas sexuales predominantes como uno de los elementos centrales que mantenían la iniquidad entre mujeres y hombres, como un instrumento más para la subordinación de las mujeres, e impulsó una fuerte lucha para que se reconociera la sexualidad femenina, que consideran negada.
Carole Vance, destacada feminista, publicó en 1984 una antología que recoge los principales debates de los años 70, denominándola “Placer y Peligro”, donde claramente se destaca el papel que la sociedad atribuía a la mujer respecto de la sexualidad, en este posicionamiento de doble moral social y de suma responsabilidad hacia las mujeres en el control de la sexualidad.
La aportación feminista, además de destacar la disparidad de género en el ejercicio sexual, se pronunció claramente a favor del reconocimiento de las diversas expresiones de la sexualidad de las mujeres, contra la heterosexualidad impuesta y contra las diferentes formas de violencia sexual.Los estudios lésbico – gays intentan establecer la centralidad analítica del sexo y la sexualidad dentro de diferentes campos de investigación y promover los intereses de las lesbianas, bisexuales y gays, enfocándose al escrutinio de la producción cultural, la diseminación y las vicisitudes de los significados sexuales.
Intentan descifrar los significados sexuales inscritos en diferentes formas de expresión cultural, así como los significados culturales de los discursos y prácticas del sexo.
La sexualidad es a los estudios lésbicos – gay, lo que el género a los estudios de las mujeres (Abelove, 1993).
Los estudios lésbicos- gay como los estudios de las mujeres, se ubican entre la academia y la política, al constituirse en campo de investigación académica y de exploración crítica.

EL CONCEPTO DE DIVERSIDAD SEXUAL
Los estudios lésbico – gays (Abelove, 1993) han derivado en una amplia variedad de disciplinas – filosofía, humanidades, estudios étnicos, estudios literarios y estudios culturales- que producen y emplean muy variados tipos de conocimiento y significado. Sugieren diferentes temas y tópicos para investigación; demuestran la evidencia de diversos métodos teorías, estilos y aproximaciones; y tomados en su conjunto transforman la vida de nuestras culturas y de nuestro mundo.Los estudios lésbico – gays no están limitados al estudio de las lesbianas, bisexuales y gays (LBG), ni se refieren simplemente a los estudios que se encargan de, o en nombre de LBG. Es decir, no pueden ser definidos por sus sujetos, sus profesionales, sus métodos o sus temas, ni intentan ser agregados disciplinarios o de problemáticas. Introducen el sexo y la sexualidad como una categoría a tomar en cuenta en el análisis de la realidad social.
Si bien las transformaciones dentro de la corriente dominante de la sexología proporciona un marco teórico para reconocer la diversidad, el impulso político proviene de un origen diferente: las expresiones sexuales no legitimadas.
La mayor parte de las sociedades han presenciado ya un esfuerzo sostenido de las lesbianas y gays por articular y desarrollar identidades claras en el contexto de subculturas y comunidades de subculturas y comunidades sociales más amplias.
A medida que los modos de vida homosexual se han hecho más públicos y tienen más confianza en sí mismos, han surgido otras afirmaciones de identidad de minorías sexuales, a la par que han proporcionado un repertorio de estrategias políticas y organizativas para la movilización de otros grupos eróticos.
Así ha surgido la voz de travestis, transexuales, sadomasoquistas, bisexuales, swingers, prostitutas y otros, exigiendo su derecho a la expresión y la legitimidad.
Es decir, cada día más han dejado de ser del interés clínico para entrar en el escenario de la historia y de la cotidianidad, como pruebas vivas de la diversidad sexual.
Aún así, la tendencia a formar y defender categorías está aún vigente. Pero como Kinsey señaló: sólo la mente humana inventa categorías y se esfuerza para que los hechos quepan en casilleros separados, a pesar de que los hechos se subvierten constantemente.
Y en este afán, han surgido nuevas categorías y minorías eróticas, mientras que las más antiguas han vivido un proceso de subdivisión a medida que gustos especializados y necesidades y aptitudes específicas se convierten en la base de otras aptitudes específicas se convierten en la base de otras identidades sexuales que proliferan: leather, swingers, dike,* entre otras.
La lista es potencialmente interminable ya que cada deseo específico se convierte en un centro de afirmación política y posible identidad social, que resulta imposible enumerar y no pocas veces, incluso denominar. Basta observar un poco y mirar cómo se presentan formas de expresión en movimiento constante, cada una con sus expresiones específicas.
Los estudios sobre las minorías sexuales han pasado entonces de los estudios lésbico-gays a los estudios queer **-como una forma de reivindicar su uso peyorativo- así como a los de la diversidad sexual, con el objeto de abrir un espacio para reflexión sobre las amplias manifestaciones de la sexualidad.
Aproximarnos a la diversidad sexual necesariamente nos hace revisar el concepto que sobre la sexualidad tenemos. Es decir, dejar claro que concebimos a la sexualidad como un producto social que se refiere a los aspectos erótico-amorosos de nuestras vivencias, mucho más allá de la genitalidad.
Así podría considerarse que la diversidad sexual abarca tres dimensiones para su análisis y definición: la orientación sexual, de acuerdo a la dirección erótico-afectiva del objeto amoroso; la identidad sexual, de acuerdo a la definición sexual que adopta la persona; y la expresión sexual, de acuerdo a las preferencias y comportamientos sexuales que adopta la persona.
Estas dimensiones sin embargo, no son lineales; se superponen e interactúan de manera cambiante a través del tiempo, en las diferentes etapas de la vida.
SITUACIÓN ACTUAL DE LA DIVERSIDAD
La posición ante la diversidad sexual ha ido variando; por ejemplo, hoy en día, pocos sexólogos se sentirían cómodos al usar el término “perversión” para describir las variedades de expresiones sexuales.
Es más, en uno de los estudios más recientes e influyentes sobre el tema, Robert Stoller señala que la perversión es “la forma erótica del odio”, definida no tanto por los actos sino por el contenido: la hostilidad.
Los estudios lésbico-gays no se constituyen en proyectos de investigación desarrollados por algunas personas interesadas; solo en Estados Unidos existen más de 15 programas curriculares para abordar esta perspectiva.
El tema de la sexualidad empieza a salir del closet y poco a poco se va constituyendo en un tema cotidiano de reflexión al interés por conoces las formas y la presencia frecuente de la diversidad sexual.
El trabajo desarrollado en torno a la investigación en este campo se ha dirigido hacia las identidades, las expresiones culturales, literarias, las formas de resistencias y de organización, y los estilos de vida.
Los esfuerzos de la lucha política incluso han llegado a que las fuerzas conservadoras cada vez requieran de mayor beligerancia para ser escuchadas, mientras cada día la visibilidad de otras formas de la expresión de la sexualidad van no sólo ganando terreno sino conquistando derechos.
RETOS
El trabajo de investigación que hoy realizamos, nos permite ofrecer elementos para comprender el arraigo a las identidades sexuales y su expresión, pero – al estar basado en las categorías reconocidas- necesita mirar por los intersticios para reconocer y documentar los movimientos que, entre las categorías dadas, expresan el comportamiento sexual humano.
Los retos por enfrentar son aún más grandes. El reconocimiento mismo de la sexualidad como una esfera de la vida independiente de la reproducción está aún pendiente.
El reconocimiento de la presencia de otras expresiones de la sexualidad tampoco ha sido suficiente para reconocer los derechos involucrados en estas diferencias. La discriminación de que son objeto, incluso desde la propia condición, es aún un elemento pendiente para asumir un compromiso para la transformación.
Afirmar la existencia de la diversidad no responde a las preguntas levantadas a través de la historia de la sexualidad (Foucault, 1979), sólo plantea preguntas nuevas.
Son importantes porque nos desafían a reconsiderar los criterios con los que podemos decidir entre una conducta apropiada o inapropiada, a reconocer expresiones y comportamientos propios que no habíamos identificados y a reflexionar más sobre nuestra propia moral para comprender otras.
Asumir la diversidad sexual nos plantea la revisión de las categorías que sobre la sexualidad hemos construido y reconocer su insuficiencia. Es más, reconocer que estas no son inamovibles, ni definitivas si no que están en constante movimiento y que se solapan aún sin darnos cuenta.
Más aún, nos reta a mirar un mundo sin categorías, donde las expresiones de la sexualidad, todas, tengan cabida y sean plenamente disfrutadas, un mundo que aún ni siquiera imagino.

Leather: Es una manera de nombrar un estilo en el vestir con prendas de cuero, cadenas, perforaciones, látigos… y que con frecuencia se relaciona con prácticas eróticas sadomasoquistas.
Swinger: Hace referencia a las parejas que por mutuo acuerdo deciden intercambiar a sus miembros.
Dike: Hace referencia a un tipo de lesbianas masculinas.
Queer: Proviene de la tendencia en Estados Unidos de reivindicar aquellos vocablos a través de los cuales se ha estigmatizado. Su traducción es “rarito”, pero como una reivindicación a lo diferente; entonces podemos hablar de un ambiente queer, personas queers, prácticas queers, acciones queers, identidades queers… Incluso, se habla de una teoría queer en referencia a los estudios de estos aspectos.
Bibliografía
Abelove, Henry y otros (1993): The lesbian and Gay Studies Reader, Routlege, New York/ London.
Foucault, Michelle (1979): Historia de la sexualidad, Fondo de Cultura Económica, México.
Freíd, Sigmund (1905): Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad. Amorrorto, Barcelona.
Vance, Carole (1984): Placer, peligro. Explorando la sexualidad femenina, Routlege. Boston y Londres.
Weeks, Jeffrey (1998): Sexualidad. Paidós, Programa Universitario de Estudios de género, UNAM, México.

32 personas asistieron a un taller sobre las relaciones de género celebrado en Valdediós (Gijón)

«Cambiar las relaciones de maltrato por las relaciones de buen trato».
Este es el objetivo de la «terapia del reencuentro» que desarrolló Elena Fernández, enfermera del centro de salud de El Natahoyo, en Gijón, en un taller celebrado este fin de semana en la hospedería del monasterio de Valdediós, en el que han participado 32 personas. «Las relaciones de maltrato, con los demás y con uno mismo, generan enfermedades, que se manifiestan en diversas patologías, tanto físicas como emocionales», explicó.Por eso, «el trabajo en grupos de hombres y mujeres, en el que se escuchan y comparten experiencias, es adecuado para cambiar las relaciones de poder y sumisión por relaciones de igualdad y para replantearse la vida».En esta actividad, organizada por la Asociación de Hombres por el Bienestar y el Desarrollo Personal y una agrupación femenina hermana, se han analizado mitos y ritos antiguos para poner de relieve que «en nuestra cultura, no tenemos diosas, sólo vírgenes», lo que explica, en palabras de Fernández, que «las mujeres han asumido el rol de sufridoras».

Fuente: http://hombresporelbienestar.org

Las mujeres soportan el maltrato porque se sienten culpables

ENTREVISTA: EMILCE DIO BLEICHMAR
Directora de Elipsis, de la Universidad Pontificia de Comillas
El País. JOAN CARLES AMBROJO - Barcelona - 11/12/2007
¿Por qué muchas mujeres soportan el maltrato físico y psicológico de su compañero? ¿Por qué no denuncian antes? Y, si llegan a hacerlo, ¿por qué muchas veces se sienten culpables y retiran la denuncia? "La tradición de la superioridad masculina genera en la mujer la obligación de respetar la autoridad del padre o de la pareja. El riesgo, en caso de que ésta desobedezca, es la pérdida del amor, de la valoración de ser una buena esposa y madre", explicó Emilce Dio Bleichmar, psicoanalista y directora de Elipsis, un grupo de estudios de la mujer de la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid), durante una jornada organizada en Barcelona por el Colegio de Psicólogos de Cataluña.

"En nuestra cultura, el narcisismo femenino se basa en el modelo maternal del 'todo por amor'. "Por eso las mujeres, en lugar de matar, sufren"

"Siente que ha faltado al mandato de ser buena para él, se siente culpable por haber dejado de aguantar, y hasta se cree la causante del estallido de violencia"

"Los lazos del amor convierten fácilmente a la víctima en verdugo, porque se siente culpable. Reconocerse víctima es el paso previo a convertirse en superviviente"

El contexto cultural sienta las bases para que el maltrato se convierta en una trampa. La situación de hombres y mujeres respecto de la vida privada sigue propiciando una desigualdad de derechos: mientras que en los hombres la vida privada son derechos, en la mujer son deberes. En las mujeres, la vida privada coincide con el trabajo doméstico, de acuerdo con "un modelo y un ideal deseado: ser ama, dueña de algo, de su casa y de sus hijos". Por eso, a diferencia de los hombres, las mujeres pueden encontrar incompatible una vida profesional exitosa con la vida personal, y por eso algunas se llegan a plantear abandonar su profesión por amor a su familia.

Sin embargo, según Emilce Dio, la carrera de cuidadora no tiene valoración social: no parece exigir grandes esfuerzos, ni preparación, ni cultura, no entra en ninguna categoría de trabajo, no genera remuneración ni derechos sociales. Las labores de cuidado son consideradas un instrumento para realizarse como persona, para confirmar su valía como mujer. "Pero el trabajo doméstico suele ser solitario, exige mucho tiempo, es rutinario, e impide tener una vida privada; es decir, un desarrollo personal".

La mayoría de mujeres se enfrentan al reto de ser cuidadoras y de lograr un desarrollo individual al mismo tiempo. Esta dualidad implica diferentes grados de desequilibrio familiar que las llena de culpa y de sentimientos de estar en falta. Sufren por ello ansiedad, trastornos de pánico, crisis de angustia y depresión que las llevan a terapias psicológicas sin saber que la causa es la incapacidad de conciliar la vida pública y privada.

"Un hombre tuvo un grave problema mental que ponía en riesgo sus negocios y repercutía gravemente sobre su familia. Su esposa se separó para tratar de salvar a la familia", cuenta Emilce Dio Bleichmar. "El hombre empeoró. Pese a la separación, ella lo mantenía y cuidaba, pero en un descuido él se suicidó. La sociedad y la familia culparon a la mujer de lo sucedido. A lo mejor si ella se hubiera quedado en casa, todo el mundo diría que es una excelente mujer".

El narcisismo femenino se basa, según esta psicoanalista, en el modelo maternal del todo por amor. "Por eso las mujeres, en lugar de matar, sufren". El masoquismo genera sufrimiento en la mujer, pero ofrece ganancias para su pareja. "Produce en ella sufrimientos extremos, complejos, porque siente que ha faltado al mandato de ser buena para él, se siente culpable por haber dejado de tolerar, de aguantar, y hasta se cree la causante del estallido de violencia", sostiene Bleichmar.

Freud ya se hizo en 1924 esta pregunta sobre el masoquismo: ¿cómo es posible que aquello que resulta doloroso física o psicológicamente, que produce humillación, que priva de satisfacción, sea buscado activamente por una persona y encuentre en el sufrimiento precisamente la causa del placer?

En cambio, la violencia es fruto del narcisismo masculino. Ricardo asesinó a Svetlana después de que ésta le rechazara en el programa de televisión El diario de Patricia. No hay ninguna duda de que Ricardo se sintió en la televisión atacado en su narcisismo y no lo pudo tolerar.

¿Por qué aparentemente se ha agudizado la violencia? ¿Por qué cada año mueren más mujeres? "Es consecuencia de la ira individual y colectiva que sienten los hombres por la pérdida de poder". Según Emilce Dio Bleichmar, la violencia es una herramienta para la dominación y el control.

Culpa y castigo por no cumplir el mandato del amor; podemos pensar que en el circuito infernal de la violencia de género llega un momento en el que la mujer está convencida de que provoca el maltrato que recibe. Al faltar al mandato moral, busca el sufrimiento, el autoperjuicio o la provocación del castigo. El sufrimiento alivia la culpa, ya que la mujer pasa a tener el mismo destino del hombre, de cuyo sufrimiento se siente responsable; él sufre, ella también, todo por amor.Las mujeres maltratadas llegan a un estado de confusión emocional, de entumecimiento que condiciona su actitud. Se quejan, pero no se sienten víctimas. Dicen: "Yo tengo la culpa; voy a retirar la denuncia".

Cuando una mujer consulta por maltrato, Bleichmar recomienda a los profesionales entrenarse en la escucha y evitar actitudes que puedan ser dañinas. En lugar de decirle "¿por qué no lo denuncias?", "¿por qué vuelves con él?", "¿por qué toleras ese trato?", es mejor plantearle "¿qué sientes?", "¿en qué crees que te puedo ayudar?".

Una parte del tratamiento debe orientarse, según Bleichmar, a transformar ese estado de confusión y lograr que adquiera la categoría de víctima. Cuando una mujer puede sentir rabia, indignación y sentimiento de injusticia, se siente víctima. Los lazos del amor convierten fácilmente a la víctima en verdugo, porque se siente culpable. Sin embargo, reconocerse víctima es el paso previo a convertirse en superviviente. El problema es que muchas de las mujeres que sufren la violencia de género esconden el trauma por sentimientos de vergüenza, culpa e indignidad.

El maltrato que nadie quiere juzgar

"Te voy a reventar la boca". "Aquí va a haber sangre". Son algunos de los mensajes que Laura (nombre ficticio) leyó antes de salir huyendo de Barcelona camino a Madrid, intentando escapar de su agresor con sus dos hijas. Ahora, y a pesar de que todos los juzgados coinciden en la gravedad de la situación, ninguno quiere resolver el procedimiento civil que tiene que determinar asuntos tan importantes como con quién quedan los hijos, el régimen de visitas a favor del padre o las pensiones de alimentos.
La razón es una redacción de un artículo de la Ley de Enjuiciamiento Civil que los jueces interpretan de forma diversa. Pero mientras los tribunales se ponen de acuerdo, nadie juzga el caso de Laura, que lleva un mes y medio de aquí para allá con sus hijas, de juzgado en juzgado, de Madrid a Barcelona y de Barcelona a Madrid. En balde hasta el momento. Y no es un caso único. Este artículo legal está provocando más situaciones como ésta.

El problema están en un artículo ambiguo de la Ley de Enjuiciamiento Civil

Laura pidió una orden de protección en Barcelona, que le fue concedida en el Juzgado de Violencia sobre la Mujer número 3 de esta ciudad. Se establecieron medidas cautelares penales -una orden de alejamiento- y civiles -se le otorgaba la custodia a la madre y se establecía un régimen de visitas a favor del padre muy restringido; dos horas al mes y en un punto de encuentro familiar, lo que indica, en principio, que había indicios importantes de violencia-. Las medidas civiles tienen una vigencia de un mes. Para que se prorroguen se debe presentar una demanda de separación, divorcio o de medidas paterno filiales cuando no están casados. Laura llegó a Madrid, puso el tema en manos de una abogada y presentaron la demanda en un juzgado de familia madrileño.
La juez señaló que no era competente para llevar el caso porque, según el artículo 19 bis de la Ley de Enjuiciamiento Civil, cuando hay maltrato quien debe resolver es el Juzgado de Violencia sobre la Mujer. Así que Laura volvió a Barcelona, al tribunal que había dictado la orden de protección. Pero éste dijo que tampoco podía hacer nada por ella. Que el expediente lo había trasladado a un juzgado de lo penal para que decidiera si había delito, y que el asunto ya no era suyo. Ni penal ni civilmente.

La situación actual se resume de la siguiente forma: nadie quiere resolver las medidas civiles del caso de Laura. Nadie quiere fijar con quién deben quedar las niñas, ni sus pensiones de alimentos, ni si debe haber visitas para el padre, ni cómo deben ser éstas si las hay.

"Hay un evidente problema con la aplicación de este artículo de la ley", señala Consuelo Abril, de la Comisión de Investigación de Malos Tratos a Mujeres y abogada de Laura. "Los jueces no tienen claro quién es el competente en estos casos. El Tribunal Supremo y las audiencias provinciales dicen cosas distintas. Algunos juzgados de familia aceptan las demandas y otros no. Lo que da lugar a casos como éste en el que la justicia deja desamparada a una mujer que ha tenido que salir huyendo de su ciudad por el riesgo que corría". Abril pide a las autoridades que no miren para otro lado ante estos problemas y que los metan en la agenda de la campaña electoral. "Este año han muerto el doble de mujeres que en 2007 durante el mismo periodo y hay que solucionar lagunas como ésta".

Fuente: El País, 22/02/2008. Publicado en el blog sobre violencia de género http://veroirycallar.blogspot.com